La parte más importante del fútbol es la del talento individual. Es la que desequilibra cualquier sistema y aborta todas las estrategias. Esa clase de jugadores, que ya no abundan, disponen de un plus que los hace sobresalir del resto. Lucas Mugni tiene todas las condiciones para pertenecer a ese minúsculo grupo que la jerga futbolera los define como “diferentes”. Pero no se consolida. Y uno se pregunta si la culpa es propia, si es del técnico, si es de sus compañeros o de quién. ¿Por qué Mugni pasó de ser una gran promesa a convertirse en un jugador hoy cuestionado hasta en su titularidad?, ¿por qué le duró tan poco aquella capacidad para sobresalir del resto y para convertirse en el destino ideal y obligado de cualquier pelota que entre en el circuito ofensivo del equipo?
Algunos se animaron a definirlo como un “crack”, palabra que no debería utilizarse demasiado en la cotidianeidad y que debería ser la que refleje a aquellos jugadores que con hechos sobrados demuestran su capacidad de emerger sobre el resto con dotes de “distinto”. Pero a esta altura, Lucas Mugni ya debería haber tenido otro presente, ya sea jugando en Europa después de una suculenta venta y beneficio económico propio y para la institución, o convertido definitivamente en una pieza clave del equipo. Pero nunca navegando por este cuadro de incertidumbre, cuestionamientos y desconfianza que lo rodea.
Dirán que esta clase de jugadores tienen el rasgo distintivo de ser laguneros. Otros pretenderán descubrir el error en el técnico y en su forma de juego o en lo que pretende para él. Y el resto pondrá la mira en sus compañeros, que son indispensables para el lucimiento de esta clase de futbolistas. Los tradicionales número “10”, los que “mueven los hilos” de un equipo, precisan que la pelota les llegue lo más seguido posible. Uno no podía concebir que Independiente jugara al fútbol sin pensar en Bochini, que River lo haga sin depender de la magia de Alonso o yendo a Colón, que la pelota no pasara por aquellos jugadores que se pusieron esa camiseta o asumieron ese rol, como los Cococho Alvarez, Carlos López, Di Meola, Gabriel González o Saralegui, aún aceptando las diferencias que había entre los nombrados en cuanto a características de juego, pero jamás en cuanto al poder de incidencia sobre sus compañeros.
Hoy parece que Colón se olvida de Mugni. Que sus compañeros no lo tienen como una referencia, que él se estaciona sobre un sector y no se muestra todo lo necesariamente participativo y que el técnico no termina de convencerse que debe darle libertad de movimientos.
El año pasado, Mugni era el volante por izquierda porque había que jugar con doble cinco y no había un jugador con capacidad para marcar y jugar por ese sector. Este año, Colón salió al mercado a buscar lo que Sensini no había considerado que debía traer (un volante por izquierda), pero Mugni sigue jugando por allí, a veces estático, lejos de los delanteros y con muy pocas posibilidades de establecer la necesaria sociedad futbolera para que su calidad se convierta en desequilibrante e indispensable.
Todos los “10” tuvieron laderos y algunos de ellos fueron tan importantes como ellos mismos. Esos laderos pueden ser un volante que se asocie o un delantero a quien conozca de memoria. ¿Quién cumple esos roles en Colón?, ¿dónde se ven esas sociedades y esas “complicidades”?. No las hay. El equipo depende más de Prediger que de Mugni porque es Prediger y no Mugni el que hoy muestra la mayor capacidad para sacarse una marca de encima y aparecer a espaldas de los volantes rivales para enfrentar mano a mano a los defensores, y también porque este Colón que no escatima esfuerzos a la hora del sacrificio, es un equipo que tiene una tendencia a convertirse en contragolpeador permitiendo que el rival maneje por más tiempo la pelota.
Forestello está cumpliendo con su promesa de intentar recuperarlo. Lo ha puesto siempre de titular y no todas las actuaciones fueron malas. Pero está claro que las figuras de Colón pasaron por varios de los otros diez compañeros que por él. Hoy es más importante ver que la zaga central está firme con Carniello y Landa, que Prediger está bien, que Mansilla ha sido una interesante elección, que Curuchet es tremendo cuando se decide a encarar y a capitalizar su velocidad y que Tito Ramírez ya metió cuatro goles en seis fechas. Pero nadie habla de las genialidades de Mugni o de su zurda diferente.
Forestello también sabe —y por eso quiere recuperarlo— que puede armar el mejor de los sistemas y consolidarlo hasta su máxima expresión, pero que necesita de que alguien, en algún momento, se aparte de aquello preestablecido y logre, en una jugada, un pase entre líneas o una gambeta, lo que hasta el mejor de los esquemas no consigue. Y sabe que Mugni está potencialmente capacitado para ello, pero no lo consigue.
Si la banca del técnico continúa, sería interesante que lo ayuden (y él también se ayude) para mejorarlo. Mugni es útil para el equipo cuando entra en juego, cuando se amiga con la pelota y cuando puede lograr entendimiento con sus compañeros para tocar en la corta (con los volantes) o habilitar en la más larga a los delanteros. Si esto no lo logra tirado por un lateral, pues que él mismo entienda que tiene que sacrificarse para ir a buscar la pelota, mostrarse en otros sectores de la cancha, aparecer a espaldas de los volantes centrales rivales y tener la concentración y el sacrificio necesario para recuperar la posición que el técnico le pida a la hora de tener que ayudar.
Mugni se tiene que cargar el equipo al hombro. No debe ser el único, ni tampoco llenarse de presiones y responsabilidades, pero asumir un mayor protagonismo para que esa zurda calificada no termine relegada a un banco de suplentes o directamente en el olvido en el que tantos otros cayeron.